Las Tinieblas del Guerrero
   
 
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                 LAS TINIEBLAS DEL GUERRERO

                                      PARTE I

                        LA MEMORIA OLVIDADA

 

   
 
                                                  PRÓLOGO
 
     LA LLAMADA
 
 
 
 
 A travesaba apresuradamente el bosque. Extraña noche de luna llena en que el silencio en la espesura era total. Sabía que no estaba lejos el lugar.
 
Conocía el camino tan bien que podría haber ido con los ojos cerrados sin equivocarse; sin embargo, en aquellos momentos, le daba la impresión de que se encontraba más distante que nunca.
 A lo largo de estos últimos días había notado cómo algo se acercaba, había tenido algunas sensaciones que le hacían pensar que su misión estaba en peligro. El haber pasado tantos años custodiándolo había creado una especie de vínculo que le otorgaba ciertas cualidades, como la capacidad de percibir ciertas cosas. Esa noche lo había despertado su llamada, a lo que sin demorarse lo más mínimo respondía ahora, pues sabía que iba al encuentro de una entidad oscura y poderosa. 
Recorría la distancia que lo separaba de su objetivo todo lo deprisa que sus piernas le permitían, presentía que algo ocurría y el bosque así lo susurraba, como si de un murmullo se tratase. Lo sentía en el aire que respiraba, a cada paso que daba la presencia era cada vez más fuerte y no auguraba que fuese nada bueno.
            Al llegar al borde del claro se detuvo. El lugar donde otrora se encontrase el corazón del bosque había cambiado. Estaba oscuro, una neblina grisácea lo cubría todo y tan sólo alcanzaba a ver unos pasos por delante. Le aterrorizó la idea de que el Templo, aquel lugar imponente y misterioso que albergaba aquello por lo cual había entregado su vida hubiese desaparecido. Se adentró en la neblina armándose de valor y comenzó, sin saberlo, la prueba más dura de su vida.
                                                                                                                                                                                                       
 
                                                
                                                                    CAPÍTULO I
 
 
                       EL TEMPLO DE LA LUNA

“…y en mitad del viaje hacia mi soledad me detengo en estanque de aguas cristalinas. Observo mi rostro, no sacio mi sed; huyo, me escondo, reanudo mi marcha para no regresar jamás…”
 
                                                                                                           
 
Al adentrarse tuvo una extraña sensación, estar sumergido en aquella niebla era como estar en medio de ninguna parte.
 
Le hacía no estar muy seguro de lo que había más allá del terreno que pisaba. Caminaba lentamente y mientras se avanzaba los jirones de bruma iban acariciándole suavemente, como si de una peligrosa amante se tratase, inofensiva en apariencia pero mortal si pretendía escapar de su posesivo abrazo. Intentaba por todos los medios penetrar con la vista en la bruma, pero esta se había vuelto tan densa que ni acertaba a ver ya por donde discurrían sus pasos.
Respiraba con dificultad y sentía todo el tiempo a la oscura presencia; algunas veces tan cerca que en más de una ocasión se puso en guardia y alzó su espada. Por el contrario, en otras ocasiones, se convertía en un eco muy lejano. Lo que normalmente eran unos pasos, pareció convertirse en una gran distancia, durante la cual tuvo todo tipo de sensaciones, percibió muchos y variados sonidos, incluso alguna vez imágenes fugaces de lugares desconocidos, hasta que en un movimiento de sus pies, de pronto, la niebla quedó atrás.
Se quedó por un momento exhausto y medio ciego, frotándose los ojos, doloridos a causa de la soleada mañana que se abría paso ante él, con la sensación de haber viajado durante bastante tiempo y a extraños y lejanos lugares durante su paso a través de la niebla. Hacía apenas unos instantes, antes de adentrarse en la bruma, las estrellas de una fría noche brillaban en todo su esplendor y ahora, en cambio, un radiante y ardiente sol se encontraba en lo más alto del cielo.
Cuando recuperó la visión se quedó asombrado y no pudo evitar llorar de emoción al darse cuenta que se hallaba inmerso en un día años atrás, en el día de su ordenación como Custodio. Se hallaba en efecto en la explanada, a los pies del Templo, y un aire de nerviosismo y añoranza le invadió de inmediato.
Vio a su maestro; poseía en su enjuto semblante una mirada penetrante y segura, que proyectaba a través de unos ojos que siempre mantenía entreabiertos, tenía la postura erguida y miraba el desarrollo de la ceremonia; era un hombre duro, aunque sabio y los había preparado lo mejor que sabía para tan arduo cometido. Les había instruido a cada uno en los misterios del universo, de la vida, diferenciando en cada uno de ellos un potencial diferente, aunque todos estaban conectados, pues sin la conjunción de los cinco no había forma de llegar a aquello a lo que protegerían el resto de sus vidas.
Sonrió al tiempo que lloraba al mirar al otro lado de la explanada y volver a ver a su familia. A tan sólo unos pasos se encontraban su padre, su madre y sus hermanos. Estaban allí para decirle adiós, esta vez ya no habría regreso en la época estival, no habría oportunidad para más risas y charlas, para más besos ni abrazos, ya no; observó sus rostros, orgullosos y emocionados al sostener su miradas por última vez; no le estaba permitido hablar ni acercarse, mas no hacía falta, la expresión de sus ojos transmitían una mezcla de amor y dolor que traspasaba el alma. Siempre los quiso y confió en ellos. Su padre era un hombre noble y valiente, aunque de poco sirve la valentía cuando sabes que un hijo se marcha para no volver; no olvidaría nunca sus rostros.
Vio al numeroso séquito ceremonial compuesto por los Doce Grandes Maestros del Todo. Se vio a sí mismo y a sus cuatro compañeros, dos a cada lado, frente a la Mesa de los Símbolos y ataviados con las túnicas rituales que exigían los antiguos escritos. Durante los años que duró su preparación se habían convertido en hermanos, iban a ser protectores, Custodios, y estaban ansiosos por desempeñar tal misión, aún a sabiendas de que llegado el momento de la ordenación nunca se volverían a encontrar; cada uno quedaría recluido en una sala, excepto él, que guardaría el propio Templo para toda la eternidad.
            Los Doce del Todo vestían túnicas blancas con el símbolo de una especie de arca grabado en color rojo, eran seres misteriosos y antiguos; su existencia se conoce desde el principio de los tiempos. Los habitantes del mundo antiguo dejaron muchas generaciones antes constancia escrita de su llegada, en la que traían consigo una especie de arca de piedra portando “Algo” en el interior que les trajo paz, amor y felicidad y a lo que llamaron Sagrado. Lo que albergaba el arca se encontraba ahora amenazado y había que protegerlo, para lo cual se había construido el grandioso Templo de La Luna y hoy se iban a ordenar cinco valientes almas para su custodia.
Se dispusieron en círculo, alrededor de la mesa y seguidamente, Kalos, uno de los Doce, comenzó el ritual dirigiéndose a los muchachos:
 -Estamos aquí para convertiros en Custodios Aquello que trajimos en el principio de los tiempos y que ahora no está seguro entre las gentes de vuestro mundo. El Mundo Antiguo se ha contaminado, algún tipo de energía oscura ha entrado en él y poco a poco está haciendo mella en los que lo habitan. Esta era tierra de ingenua paz y armonía, por ese motivo os trajimos a Sagrado, como vosotros lo llamáis, para que proliferase y extendiese la confianza, el valor, la felicidad y la convicción de la propia existencia. Ahora Sagrado debe ser apartado y ocultado a los ojos del mundo, mas seguirá en él gracias a vosotros. Sois nobles corazones y vais a invertir vuestra vida en guardarlo y protegerlo. Así bien, ocupad ahora hijos míos vuestro lugar en la Mesa de los Símbolos.
La Mesa de los Símbolos se trataba de una plataforma de tosca roca en forma de estrella de cinco puntas que nacía del mismo suelo y se dividía en cinco partes diferenciadas, alzándose el conjunto en cinco columnas. Cada parte llevaba un nombre grabado y un símbolo, a cuyos pies se hallaba una cavidad cuyo interior albergaba una ancestral armadura.
A las indicaciones de Kalos los muchachos se dispusieron alrededor de la mesa, cada uno delante de la parte en la que se encontraba su símbolo, tal y como les había indicado su maestro en uno de los últimos días de entrenamiento que pasaron con él. Cada uno había sido preparado para desempeñar un papel diferente en esta conjunta misión de protección y a partir de su ordenación se conectarían al mundo por medio de los cuatro elementos que lo componen: Tierra, Aire, Agua y Fuego. Un quinto se revelaría como el guardián del Templo y sería la llave hacia Sagrado cuando los cuatro elementos estuviesen presentes. 
Los Doce comenzaron a pronunciar una serie de palabras intercaladas con sonidos, una especie de cántico ante lo que las hendiduras de la mesa se accionaron, dejando elevarse desde su interior a las ancestrales armaduras de los elementos, las cuales refulgían a la luz del sol majestuosas y llenas de poder elemental. Kalos fue pasando por cada uno de ellos ayudándoles a ponerse la armadura mientras recitaba algunas palabras desconocidas, al tiempo que el resto de los Doce emitían un extraño sonido que era casi como una nota musical. Con cada uno concluía diciendo:
 -Ahora eres un Custodio, sea en buena hora tu sacrificio, hijo de la luz, cumple bien tu cometido y que la paz del Todo sea contigo…
            Al terminar, los Doce se dispusieron alineados frente al Templo y los muchachos delante de ellos.
-Ahora, -dijo Kalos-, os llamaré por vuestro nuevo nombre y os será dado el Don del Espíritu, quedando sellado vuestro compromiso. Desde este momento y por toda la eternidad sois los custodios de aquello que vuestros antepasados llamaron Sagrado.
            -Petrus, Custodio de Sagrado, caballero y espíritu de la Tierra, que tu constancia sea como la roca en que se levanta este templo…
            -Delorian, Custodio de Sagrado, caballero y espíritu del Aire, que tu convicción sea libre como el viento y llegue a todas las alturas…
            -Gaus, Custodio de Sagrado, caballero y espíritu del Agua, que la armonía de tu interior sea como un remanso de aguas tranquilas para el incesante bullicio del Mundo…
            - Kyos, Custodio de Sagrado, caballero y espíritu del Fuego, que tu templanza se convierta en forja para almas…
Le tocaba el turno a él y al verse así mismo, de pie, con esa expresión serena, recordó cómo se sintió en aquellos momentos, entre febril y eufórico. Fue el último en recibir el Don y veía como las armaduras de Petrus, Delorian, Gaus y Kyos iban iluminándose y cambiando conforme recibían el Don de las palabras de Kalos. Parecían adoptar la apariencia de algo vivo, con energía propia. Así Kalos siguió diciendo:
 -Y por último, tú, Mythos, Custodio de Sagrado, caballero y espíritu de la Naturaleza y guardián del Templo, serás la llave a Sagrado, que tu valor y pureza proliferen como las semillas en el bosque…
Al acabar de decir esto, la armadura de Mythos pareció cobrar vida e iluminándose el símbolo de la luna grabado en ella, pareció arder, lo transportó y a partir de ese momento, pudo conectarse a todas las partes del bosque de todos los bosques del Mundo Antiguo, del universo mismo. Estaba conectado con el Todo por medio de la naturaleza y era una sensación grandiosa; además había “algo” que percibía en esos primeros momentos como un susurro, un vínculo directo a un poder más allá de la naturaleza, del mundo y del universo entero.
Con el tiempo y al llegar el conocimiento con él, se percató de que esa presencia cada vez más fuerte y que amplificaba su Don, a veces hasta límites asombrosos, era lo que llamaban Sagrado.       
Las puertas del Templo se abrieron por sí solas con gran estruendo, se internaron con decisión en el Templo y cada uno ocupó su lugar. Inmediatamente las puertas se cerraron…          
De repente todo oscureció a su alrededor y volvió a encontrarse en medio de la noche, la visión había conseguido hacerle presa de sentimientos que creía olvidados, de muchos recuerdos. ¿Qué clase de presagio le había querido transmitir Sagrado?, ¿por qué estaba seguro que había sido obra suya, ¿qué fuerza si no sería capaz de tal proeza?.          Cuando recobró el aliento, Mythos alzó la vista hacia el Templo de la Luna.        
Las poderosas puertas del templo eran de roca volcánica, conteniendo a lo largo de toda la superficie numerosos grabados, antiguos símbolos de poder y protección. Debían tener unos diez metros de ancho por cincuenta de alto y su grosor era inmenso, aunque se tornaban casi diminutas en comparación con las hercúleas columnas que la flanqueaban, en las cuales era del todo imposible divisar donde se encontraba su punto más alto, lugar hasta donde se erguían las figuras en relieve de dos fieros dragones que sostenían con sus garras y sobre el techo del templo una luna de oro de gigantescas proporciones.
 
El dintel era un rico mosaico de figuras y palabras escritas en Ley, la lengua de Los Antiguos, las cuales narraban la historia del mundo antiguo, de cómo los Doce trajeron el Arca de nuevo, tiempo después de su destierro inicial, construyendo el Templo para ocultarla en su interior, siendo allí guardada por los Cinco Custodios.
Veintitrés grandes escalones de piedra servían para llegar hasta la entrada, flanqueados por los Durmientes de las Constelaciones; doce gigantescas figuras de piedra, las cuales rendían pleitesía cara al interior del Templo.
 Subió los escalones de piedra escoltado por las enormes figuras que parecían estar observando cada gesto, cada movimiento que él hiciese. De un momento a otro Mythos esperaba que cualquiera de ellas se abalanzase sobre él con la habilidad de un cazador nocturno que acecha a la presa, inmóvil y en silencio, esperando el momento más oportuno para caer sobre ella. ¿Sería Tauro quien lo embestiría con sus poderosos cuernos?, ¿acaso Escorpio se abalanzaría sobre su cuerpo atravesándolo con su aguijón?. No, seguramente Sagitario lo dejaría sin vida con una certera flecha directa a su corazón.
             Mientras pensaba en esto llegó al último escalón y las puertas se abrieron con gran estruendo, tal y como lo hicieron antaño…
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El Libro
 
Aquello que es custodiado en el Templo de la Luna se ve amenazado por una oscura presencia y Mythos, el Guardián de la Naturaleza, acude a su llamada.
A partir de este momento se sumergirá en el rugir de la tormenta oceánica, descenderá hasta los oscuros y profundos dominios de la llama ígnea del volcán, vencerá a la furia del rayo surcando los cielos, y descubrirá los ocultos secretos que encierra el corazón del bosque.
Una ancestral ciudadela que aguarda en un recóndito lugar, el culto de una sabiduría olvidada y el poder de aquellos que aún quedan para recordarlo.

Más que una trepidante historia de magia y espada, “Las Tinieblas del Guerrero” es una novela Iniciática, y entre sus páginas se encuentra el conocimiento olvidado, aquello que una vez se perdió y que debe ser restaurado de nuevo.

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